domingo, 19 de febrero de 2012

HOMENAJE A LA VIEJA FAROLA DEL MAR

 LA VIEJA FAROLA DEL MAR
PUERTO DE SANTA CRUZ DE TENERIFE

 
 Muelle de Santa Cruz y La Farola del Mar  Año 1.900  -  ( Foto de D. Antonio Glez ). 

¡ Es la vieja "Farola del Mar  !

Fotos de D. Antonio Glez. y  D. Francisco Luis Yanes Aulestia
Construida por H. Lepaute en París, llegó a Santa Cruz en mayo de 1862, diez años después de que el Ministerio de Fomento hubiera declarado al puerto capitalino recinto de interés general.
Sin embargo, aunque vino en el año 1862, no comenzó a funcionar hasta el 31 de diciembre de 1863. Eran tiempos en los que en la capital vivían unas 10.700 personas, años en los que los santacruceros pasaron por el filo de la fiebre amarilla, que se cobró centenares de muertos.
Concretamente, la Farola fue montada cuando esta enfermedad acababa de pasar. En buenas condiciones atmosféricas, la luz que lanzaba se podía ver a nueve millas náuticas de la costa, unos diez kilómetros.
Fue instalada al final del muelle sur y desde allí guió a muchos capitanes de navíos y alegró las noches a los santacruceros que, de lejos o de cerca, observaban su luz asombrados, como si fuera la prueba definitiva de que el puerto avanzaba, se modernizaba.
Cuando llegó, funcionaba con aceites vegetales y a sus pies transcurría la vida ajetreada del muelle. Más tarde, el combustible que se utilizó fue el petróleo. Se prendían varias mechas y producían una luz fija. Así estuvo hasta que llegó la energía eléctrica a la ciudad, en el año 1897.
Entonces, se colocó en la Farola un mecanismo que lanzaba centelleos rojos. No obstante, este último artefacto duró poco, ya que esa luz apenas era perceptible sobre el fondo de una ciudad iluminada.
La querida Farola del Mar dejó de ser útil en 1954. La Autoridad Portuaria guarda cartas oficiales de 1944 –de esas que terminaban con la coletilla "Dios guarde a V.S. muchos años"– en las que ya se advierte de la necesidad de mejorar las señales luminosas en el puerto.
En una de ellas, fechada el 24 de febrero de 1944, la Dirección General de Puertos informa de las deficiencias de la luz roja situada en el extremo del dique del muelle sur, ya que "tiene un alcance geográfico y luminoso tan limitado que el buque que llega al puerto percibe la luz del morro del muelle mucho antes que la roja, siendo ésta la más interesante para la entrada del puerto". La Dirección General también da cuenta de las quejas de los capitanes de los buques que frecuentan el muelle de Santa Cruz.
Por este motivo, aconseja "la sustitución de la luz actual de petróleo sobre boya por una señal sobre el muelle, eléctrica o de aceite, con una altura de 12 metros sobre el nivel del mar" y "de alcance de diez millas".
Poco a poco, el puerto cambiaba, recibía más tráfico naval, se hacía más grande, lo mismo que sus necesidades. La Farola del Mar fue eclipsada por los avances tecnológicos y sus servicios terminaron. Eso, y las obras que vinieron después, obligaron a la Autoridad Portuaria a desmontarla en 1976 y guardarla en un almacén.
Pasados ocho años, fue rescatada de su encierro y colocada a la entrada del muelle junto a otras estructuras históricas, como la locomotora de Añaza, la grúa de vapor y el pescante.
Sin embargo, tampoco fue esta su ubicación definitiva. En realidad, no fue hasta el año 2004 que por fin pudo descansar en paz en un sitio fijo, el actual, junto a la estación marítima.
Aunque su función ya no sea la de guiar a los barcos que visitan el puerto de Santa Cruz, a partir de las ocho de la tarde y hasta la siete y media de la mañana, la Farola sigue encendida cada día.
Recuerdos
Muchos chicharreros tienen en su libro de recuerdos a la Farola de fondo. Una de estas personas es Miguelina Ramos, de 63 años. Nacida y criada en el antiguo barrio de El Cabo, justo al lado de La Concepción, solía caminar todos los días con su abuela por el puerto y pasar al lado de la Farola. "Pasé mi infancia y mi juventud paseando por el muelle", resalta.
Desde allí, esta santacrucera se entretenía viendo el ir y venir de los barcos que tocaban costas venezolanas con emigrantes canarios dentro. Sus recuerdos llegan hasta el momento en que los pescadores se arrimaban por la zona para descargar la captura. "A mi abuela, no sé por qué, le daban de vez en cuando pescado gratis", dice esta mujer.
Bajo la Farola, los tiempos jóvenes de Miguelina discurrían alegres. "Qué lindo era todo entonces. Había mucha pobreza, pero yo fui muy feliz. En ese tiempo había otro calor de hogar, nos queríamos mucho más", indica sobre su infancia y juventud. Y, por supuesto, "toda la vida pasaba por la Farola".
Recuerda que cerca de ella había un bar donde la gente iba a tomar café. "Es como si lo estuviera viendo ahora mismo", dice. También explica que en las proximidades de "la farolita" estaba la playa de San Antonio y que a lo largo del paseo se ponían carritos de golosinas, que eran blancos, de madera, y llevaban ruedas.
"Entonces, la Farola estaba más adelantada, más cerca del mar que ahora", informa, para ayudar a los barcos a navegar a salvo por la zona. Y mientras la Farola alumbraba a toda mecha, un poco más lejos los cambulloneros se ganaban la vida con el contrabando en las playas ocultas de Cabo Llanos.
Todo eso le viene a la memoria a Miguelina Ramos cuando piensa en la Farola y en la vida que se desarrollaba debajo de ella. "Éramos tan pobres que sin la ayuda de Acción Católica no podíamos comer", termina.
Cuando dejó de alumbrar, en el año 1954, muchos lo lamentaron. Por ejemplo, Francisco Martínez Viera, que fue alcalde de Santa Cruz, dejó escritas algunas líneas al respecto: "No se hizo centenaria la Farola del Mar o del muelle, que cesa en su cometido después de 91 años de continuados servicios, alumbrado noche a noche la ruta de los navegantes que se acercaban a nuestro puerto", escribió.
Realmente, la pena que le quedó a Santa Cruz fue grande. Su llegada en 1862 supuso todo un acontecimiento y su presencia se hizo amiga para siempre. También Martínez Viera plasma este sentir en una de sus obras: "Su desaparición deja algo así como un escozor en las almas sensibles, prontas a la emoción. Es algo que vivimos siempre, en el largo recorrer de nuestra existencia. Algo que nos era familiar. La echaremos de menso. La echarán de menos los asiduos paseantes del muelle y las gentes vinculadas a las faenas del puerto".
Fuente: La Opinión.es



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